“Qué
será, será...
Whatever
will be, will be...
The future
is no ours to see...
Qué
será, será...”.
Es la
tonadilla que resuena en el dial de la radio cuando alguien da por concluida la
sesión. El botón de encendido modifica su estado, eleva su posición anterior de manera casi
inmediata y el cantar de Doris Day cesa. Alguien ha ejercido la leve acción
de presionar con su dedo índice sobre la pieza de plástico, en cuya parte
superior se puede leer el epígrafe anglosajón OFF. Ahora, con la incómoda
presencia del silencio, ese alguien se deja ver. Una toga tejida de un
negro infinito, con capucha propia para cubrir el cabello en su totalidad. En la tez de este ente
desconocido: una máscara blanca, inmaculada, sin apenas parafernalia más allá
de las dos líneas verticales rojas que surcan de arriba abajo el hueco
reservado para los ojos, como dos heridas aún supurantes de sangre que el
sistema inmune todavía no ha sido capaz de cicatrizar. La máscara oculta una sonrisa, o quizás dos o tres lágrimas. No se sabe. No se
sabe su estado de ánimo. No se conoce qué emoción le ha embargado cuando la
canción ha penetrado en el interior de su aparato auditivo para metabolizarla
en forma de sentimiento. Esa máscara impide cualquier expresión emotiva,
cualquier expresión puramente humana.
En la
estancia, la penumbra que entreteje la luz al atravesar la única ventana,
situada en el extremo superior de una de las paredes formando una abertura
circular. Una puerta. Una silla en sus últimos estertores a juego con la mesa
de falso caoba, sobre la que se encuentra la vetusta radio, corona el centro
geométrico de la habitación. En el muro
perpendicular, siete cámaras de vigilancia observan
con detenimiento cada movimiento que se realiza en este cuarto. Examinan esa
penumbra con inusitada minuciosidad, como si tuviesen la intrínseca habilidad
de dibujar en detalle cada uno de los espacios sin definir en posesión de las
sombras.
Se
inicia una intensa algarabía al otro lado de las siete pantallas, un jolgorio
que hace presagiar que la acción que analizan con tanto detenimiento procede de
un evento que ocasiona altas expectativas. Un evento de gran expectación. Las
risas, las charlas, los gritos y las sugerencias. Los hombres. En este lado
opuesto, los gestos de complicidad, los chascarrillos, los comentarios a
volumen estridente, las especulaciones, los juicios inapropiados sin juez
mediante pertenecen de forma exclusiva a integrantes de género masculino. De
diversas estaturas, con alto índice de grasa corporal, en su peso ideal o
extremadamente delgados, entrados en años o en plena pubertad, alopecia
pronunciada, cortes de pelo estrambóticos, con la raya en el lateral, flequillo
de punta, con o sin vello corporal, con o sin barba o con una incipiente. De
todos los colores, de todas formas, de todas clases, compartiendo un deplorable
comportamiento, un despreciable rasgo en común: la visión de un Gran Hermano
con un único protagonista oculto, con la única intención de escapar, con la
única intención de no ser juzgado. Ellos indagan, buscan cualquier indicio que
les permita dar su opinión. Desquiciados intentos de enaltecer un ego
maltrecho, fruto de los instintos mal entendidos. Un insulto y un desprecio a
la razón. Una nueva sociedad.
De
espaldas al ojo que todo lo ve, consciente de lo que sucede más allá de
esas pantallas, de retransmisiones en vivo y de rebosante testosterona, el
protagonista se permite un receso en su estoicidad. Retira con suma delicadeza
la máscara nívea que cubre su rostro. El cabello cobrizo, el iris añil y el
párpado lloroso. Rostro de mujer. Entre los sollozos generados, entre inspiraciones
entrecortadas, se lleva su mano derecha a sus mejillas, se la lleva a sus lacrimales.
Mejilla izquierda, lacrimal izquierdo, mejilla derecha, lacrimal derecho,
sentido ascendente. Se seca las lágrimas. Alguien pulsa el botón de plástico que contiene
el epígrafe anglosajón ON y da por iniciada la sesión. Ella. La música de
Doris Day se escapa de los altavoces de la radio a modo de subterfugio. No
necesita opiniones sobre ese instante de debilidad, no busca que existan
injerencias entre ellos sobre sus apetencias, no pretende que se especule sobre
su físico. No quiere ser juzgada, nunca más. No quiere permanecer oculta, nunca
más.
“Qué
será, será...
Whatever
will be, will be...
The
future is no ours to see...
Qué
será, será...”.