El Río de los Recuerdos



“Pescábamos cada día en el río de los recuerdos”.

El crepúsculo ya asomaba sobre el recóndito valle. Entre sus dos laderas, un desvencijado puente de piedra. Bajo él, el río de los recuerdos hacia el mar del olvido. Un capote de sombras las envolvía, pero sus cañas brillaban con cada luminaria que pescaban. Esas luminarias eran recuerdos de otros, de tiempos pretéritos.

Sobre el borde posterior del puente, sentadas sobre dos peñascos grisáceos y con los pies colgando al vaivén del viento, pasaban las horas desde la alborada hasta el ocaso. Eran jóvenes, recién llegadas a la edad adulta, pero no pertenecían a este mundo. Tampoco eran diosas, simplemente se sentían sobrenaturales. “Es el recuerdo del primer beso” afirmó la de melena cobriza. “El mío es la muerte de un ser querido” musitó la de cabello tizón. Reían, lloraban, reflexionaban, conversaban, regresaban a sus vidas terrenales cada anochecer y retomaban la pesca cuando despuntaba el alba.

La noche ya invadía el recóndito valle. Entre sus dos laderas, un desvencijado puente. Sobre él, las dos muchachas se hacen volátiles, se fragmentan en infinitas partículas que fluyen hacia el río. Se convierten en recuerdos.

- ¿Recuerdas cuando pescábamos en el río de los recuerdos? - preguntó la anciana de melena nívea.

- Parece que nuestros recuerdos nunca llegaron al mar del olvido - aseveró la anciana de cabello cano.



spacer

De Generaciones




“Me aburro. Y no, no hablo del estado reactivo de la propia mente frente a la falta de estímulos de interés, no, no hablo de hastío, ni siquiera de tedio. Hablo de una profunda inapetencia, de una honda inacción ante lo que me generaba cierta satisfacción. Es el aburrimiento en su estado primigenio, una autarquía de carencia de interés, que no se plantea la entrada de nuevos estímulos exteriores para satisfacer su ya abultada demanda. Es el summum. Fijas la vista y ahí descansa la misma fotografía durante horas. No buscas evasión, no buscas la fuga de pensamientos, no, sino que la favoreces, te regodeas en tu propia miseria mientras te formulas un millar de preguntas retóricas, y lo son porque no quieres analizarlas, no quieres respuestas, quieres caer en la decadencia, en tu propia autocomplacencia de mierda.

Ese soy yo. Y tú, aunque aún no lo sepas. Somos la Generación Vacía. Volcamos nuestras frustraciones en textos que nadie quiere leer, molestamos a los demás a través de los altavoces de nuestros móviles con música que ni siquiera deseamos escuchar, hablamos sobre lo que no entendemos, pedimos respeto cuando no respetamos y vemos alterado nuestro statu quo cuando se rebaten nuestros dogmas. No hay argumentos, solo bloqueos, escarnio y violencia verbal a través del anonimato de las redes sociales. Somos verdadera escor...”.

-Demian, apaga ya esa puta grabadora, que no vives en los años ochenta. Me ha llamado Harry, dice que si vamos al Chinaski a tomar unas cañas.

Demian acciona el botón de apagado con cierta apatía. La entrada en escena de su compañero de piso ha desbaratado sus planes de rezongarle sus penurias a su vieja grabadora Phillips. El muchacho vive tan agobiado con el presente que ha acabado enquistado en el pasado muy a su pesar. No pertenece a la “Generación Vacía”, es un millennial elitista con ciertas ínfulas de supremacía moral. Un gilipollas.

-Joder, Holden, sabes que Saller me cae como el culo. ¿Por qué siempre que quedamos viene ese pedante de mierda?

-Porque es el que paga. Además, necesitamos un intensito para parecer más interesantes. Recuerda que Harry Saller es el genio del sufrimiento. En media hora nos espera en la puerta, así que deja de quejarte tanto, de hablar de hastío y tonterías de esas y ponte la chaqueta.

-Eso es lo malo de estar tan deprimido. Que ni siquiera puedo pensar – dice entre susurros la autocompasión de Demian.

-Esa frase es mía, y deja de copiarme que ya lo haces hasta en tus tuits.

El día oscila entre el naranja del crepúsculo y el añil de la noche que llega. Una figura se parapeta en el interior de su apolillada cazadora. Lavapiés es un hervidero y el Chinaski también. Es un viernes cualquiera en Madrid Central, un viernes de invierno en el que la distancia entre la legalidad y la picardía se miden por el rabillo del ojo.

-¿Quieres drogas, amigo? Hachís, maría, coca...

-No, no, gracias.

-Tengo cosas más duras: speed, éxtasis...

-No, caballero, de verdad que no me interesa. El verdadero éxtasis es iluminación y la inspiración es mi propia sangre sobre los versos de este cuaderno – deambulan los retazos de filosofía barata de Harry en voz alta a través de su boca. Coelho se hubiese sentido orgulloso.

-¿Qué dices?¿Me estás vacilando? – y la sirena de la policía pone fin a una conversación abocada a la trifulca. El camello se agazapa entre las sombras de un portal antes de correr calle arriba. Por si acaso. Batió su récord personal: 10,9 segundos.

-¿Qué pasa, Harry?

-Nada raro, Holden. Buenas, Demian. Señores, ¿dispuestos a ahogar las penas en el lúpulo y acabar la jornada como Max Estrella en el Madrid del esperpento?

No hubo réplica. No hizo falta. Los tres se adentraron en el Chinaski, se los tragó la noche, el alcohol, las penas, las risas y las letras.


spacer