Ella, La Noche




Se hizo un manto de seda con las estrellas y se envolvió en él. Debajo, escondía uno por uno sus secretos: sus valles y sus montañas, sus lunas y lunares. Su larga y parda melena ondeaba salvaje, como cada mota azulada en sus pupilas, como el azul desteñido del cielo nocturno que la arropaba. Salvaje y libre. Sí, libre.

En su cabeza asomaba una cornamenta caoba; en su boca, unos caninos color marfil. Toda ella era salvaje. Toda ella era leyenda, fábula, mito; sí, toda ella era un ser mitológico. Y allí donde ella iba también iba la noche. Y allí donde ella iba también iban sus lunares, la luna y las estrellas.


Y allí donde ella iba también iba yo, que vivo por y para la noche. Porque vivo por y para ella. Y en su manto de seda me acurruco para ver las estrellas, para ver sus valles, sus montañas y cada mota azulada de sus pupilas. Encadenado y hambriento. Encadenado a donde la noche me lleve para liberarme. Salvaje y libre.
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Incompleta






El fluido carmesí inicia su recorrido a través de los canalículos. A medida que discurre, cada una de sus distintas regiones anatómicas se tornan rosáceas, como si las hubiesen insuflado vida a través de una cánula. En las retinas se expande un nuevo árbol nervioso y el iris se colorea de esmeralda. El fluido riega los órganos vitales y, con la contracción brusca de los músculos, se forman sus primeros espasmos musculares. Cuando el líquido rojizo alcanza la parte superior de la cabeza, genera una corriente eléctrica, una descarga que se extiende por un complejo entramado de túbulos engarzados entre sí provocando una especie de sinapsis. Se originan los primeros pensamientos y, con ellos, la capacidad de raciocinio y el habla.  “Creadora, ¿qué soy?”.

La transición se ha completado. Se ve a sí misma sobre una silla, encadenada a decenas de finos tubos de silicona, pequeños cilindros traslúcidos que surgen de todos los rincones de la estancia. “Un recuerdo, cariño, no eres más que un recuerdo”. La creadora permanece de espaldas a su creación, impertérrita. Responde con tal sosiego que bien podría haber sido un murmullo. En el interior del ser se origina una respuesta de un sistema protolímbico sintético, formado por haces de distintas aleaciones metálicas. “¿Qué es un recuerdo?”.

La creadora toma una bocanada de aire y detiene su actividad. Torna todo su cuerpo y sus ojos entran en contacto con los de ella, esmeralda con esmeralda. “Verás, cielo, un recuerdo es la fotografía de un instante pasado que la memoria guarda y distorsiona. Tú eres el recuerdo físico y distorsionado de una época pasada. Una época más feliz, en la que él y yo te vimos crecer, madurar, equivocarte y acertar. En la que de esa cabecita tuya caía una larga melena áurea y no mechones heterogéneos de cabellos, circuitos y cables.”. Los músculos artificiales de su ceño se fruncen, en ella se genera una nueva duda. “¿Fe...liz?”.

La creadora suspira y de su boca, a su vez, surge una nueva explicación. “La felicidad es un estado de ánimo creado por diversas hormonas, como la serotonina, la oxitocina o la dopamina. Es cierto, aún no he creado un sistema hormonal complejo para ti. Únicamente posees un soporte simple que te permite subsistir a costa de permanecer anclada a ese conjunto de túbulos. Estás incompleta”. El ser asiente. El rosado de sus mejillas vira hacia un blanco lechoso. Comprende el razonamiento. “Entiendo, soy un recuerdo porque estoy incompleta”.

El cuerpo de la creadora retorna a su posición original. El contacto visual se pierde. Un líquido transparente recorre la piel de la zona superior de sus pómulos, el recorrido se inicia en la zona orbital, en los orificios lacrimales de la creadora. “Sí, cielo, estás incompleta. Eres tan sólo su recuerdo”.
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El Final del Verano


-Mañana podría ser tú – le susurra al reflejo del espejo con una mueca en el rostro.
Las últimas líneas del día se filtran a través de los barrotes de su prisión. Hoy cae el verano, es noche pagana: noche de brujas. Ella se convertirá en ceniza al ocaso, o eso es lo que ellos creen. De su boca brota una tonadilla, un silbido de autocomplacencia, una melodía que tensa aún más los fríos lazos de su cautiverio.
-Bruja, espero que hayas rezado tus oraciones, es la hora – le espeta el carcelero con retintín mientras abre la puerta de su celda.
-Creo que las diosas no deben estar muy contentas con cómo tratáis a sus huéspedes. No pidáis luego clemencia por vuestras malas maneras como anfitrión, carcelero – le contesta ella con cierta picaresca.
Una multitud acecha en la plaza. Todos se muestran expectantes: el gran circo, el evento, el sacrificio de una bestia. El silencio se adueña de las bocas de los presentes. Solo se intuye el ulular del viento. Sobre ella, un vacío. Antaño dijo que de sus blancos ojos ciegos surgiría la verdad, pero:
-Si la verdad nos hará libres, ¿por qué me siento tan esclava? - apuntilló la reina.
-No ver la respuesta te hace más ciega que yo, majestad.
La realeza no debate. La realeza exige, define y moldea. Algunos no verán jamás más allá de sus ojos, pensó. El vacío, sí. La ausencia de sonido. Sobre el centro de la plaza yace su tumba. No lo ve, pero lo nota, lo siente. Una tumba de ramas y leños a punto de prender. En un instante, fueron humo y fuego.  
-Nunca jamás. Nunca más.
Con ese pensamiento provocó el ocaso. Llamó a la noche. Del cielo color azogue brotaron luminarias doradas, serpenteando por el firmamento con una urgencia eléctrica. Cuando las luminarias tocaron tierra, la plaza se convirtió en un polvorín. Los presentes pasaron a formar parte del espectáculo, se habían convertido en una gran hoguera.
-Arded. Bailad todos para mí, celebremos con este homenaje el final del verano. Así lo quisimos las diosas.
De aquella estampa surge una figura impoluta, alguien no ha cedido a los designios de las llamas. No únicamente ella, que ríe a carcajadas, sino un hombre. Así lo quiso la diosa. Un hombre de ojos añiles, con hollín en el rostro y un manojo de llaves colgando de su cinto. El carcelero. Ella le mira de manera inquisitiva, con esa mirada blanca y pristina.
El alba ya asoma por la ventana. Lejos, aunque no muy lejos de lo sucedido en la noche, alguien se acicala frente a un espejo, en otra villa, quizás en otra ciudad. Unos ojos añiles. No es él, sino ella.
-Mañana podría ser tú – te susurra con una mueca en su rostro.


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Prestamista de Sueños



“La tecnología puede incrementar la privacidad. La pregunta es: ¿por qué nuestros detalles privados se transmiten en línea? ¿Por qué los detalles privados que se almacenan en nuestros dispositivos personales son diferentes a los detalles y registros privados de nuestras vidas que se almacenan en nuestras publicaciones privadas?”.

“Creo que decir que no le importa el derecho a la privacidad porque no tiene nada que ocultar no es diferente a decir que no le importa la libertad de expresión porque no tiene nada que decir. Es un principio profundamente antisocial porque los derechos no son solo individuales: son colectivos. Lo que puede no tener valor para usted hoy, puede tener valor para una toda una población, ya sabe, para toda la gente, para una forma de vida mañana. Y si no lo defiendes, ¿quién lo hará?”.

Londres. Año indefinido, indeterminado. Futuro. Una evolución de la raza humana, una evolución en forma, que no en fondo. El fondo permanece corrupto. La tecnología. El progreso tecnológico desatado. Un callejón, un lugar perdido en algún suburbio del extrarradio. Lugares en los que morir no significa nada, en los que vida y supervivencia son sinónimos, en los que la armonía es disonante y el ritmo irregular.

Una ventana y, bajo ella, una figura acuclillada. Una melena cobriza bajo un raído bombín. Una gabardina que grita siglos pasados y una mirada de un verde perenne, como el color de primaveras mejores. Junto a ella, dos jóvenes con ideas como aves echando a volar, expectantes y esperanzados. Dos tratos, dos promesas, dos ataduras, dos lazos alrededor de sus cuellos. Promesas como horcas.

- ¿Y bien? – de la boca de esa enigmática mujer surgen oraciones interrogativas mientras sostiene una sonrisa de soslayo. - ¿Traéis el consentimiento firmado por vuestros padres, o algo? – y al incómodo silencio le sigue una carcajada histriónica.  - Jajaja, descuidad, me estoy quedando con vosotros.

Resuellos de alivio. Uno de los jóvenes emite una retahíla sonidos audibles. Puede que sean palabras, puede que busque cierta interlocución.

-Eres... ¿Eres tú la prestamista de sueños? Verás, nuestro amigo... Alguien nos ha contado que puedes convertir nuestros sueños en realidad. Es... ¿cierto? – balbucea el de pelo caoba. El de cabello ceniciento ni siquiera se atreve a mirar la estampa, permanece con la cabeza gacha, acobardado.

- ¿Sois conscientes del peligro que supongo? ¿Del peligro que supone para vosotros? Y, sin embargo, aquí estáis – y, ayudándose con un bastón de madera, se alza en posición vertical, de pie. Es más alta de lo que intuían los muchachos. – Voy a especular con información privada, con vuestros sueños. ¿Estáis seguros? En fin. A ver, ¿qué soñáis? Decidme.

-Quiero ser asquerosamente rico. Quiero una mansión en Belgravia y olvidar para siempre este cuchitril. Quiero dejar de comer carne humana, quiero probar manjares sintéticos de todas las partes del mundo, quiero... – Se le ilumina la mirada. Quiere, no desea. Su querer lleva implícito un cariz de resentimiento, de egoísmo. Había olvidado su tartamudez por un instante y retiraba de su tez su flequillo marrón, le molesta de forma constante. Responde al nombre de Michal. -Álex simplemente quiere dejar de sentir. Desde que murió su hermana no deja de escuchar voces en su mente y necesita que paren. Ha perdido la capacidad de hablar – Álex se limita a asentir con la cabeza, permanece con la mirada esquiva.

- No es cuestión de que queráis o no. ¿Soñáis con ello? ¿Os habéis visto en esa tesitura durante el amargo trance del sueño? Bueno, da igual. Preparad el pago, anda. No tengo todo el día – los jóvenes flexionan sus brazos. Un holograma circular iridiscente se forma sobre la superficie anterior del antebrazo izquierdo de los chicos. Pulsan ese círculo de forma inmediata y, sobre el desgastado bombín de la prestamista, surge otro holograma ambarino con el símbolo de la libra esterlina.

-Ahora, cerrad los ojos y soñad.

Y la escena se convierte en una espiral concéntrica, los colores se fusionan hasta formar figuras amorfas completamente irreconocibles. En apenas un instante, la espiral se cierra y todo se apaga. Únicamente permanece la falta de color. El negro.

Michal abre sus párpados. Se halla en otro lugar. Allí no hay mugrientos callejones, no hay suciedad, no hay hambre ni sangre. No hay necesidad de elegir entre morir de inanición o alimentarte de los cadáveres en descomposición de tus seres queridos. Se encuentra en un majestuoso comedor de dimensiones inabarcables. A su alrededor, todo es blanco o dorado, todo es exclusivo, de un valor que de tan excesivo podría ser casi execrable. Frente a él, una extensísima mesa copada con decenas de especialidades culinarias, todas ellas sintéticas. Ni atisbo de alimento natural. No hay verduras, no hay cereales ni finos filetes de cerdo sazonados con miel y pimienta. No hay carne humana. Toda la comida es grisácea, homogénea. El muchacho toma asiento y engulle la pitanza con ansia viva. Entre bocados, apenas deja espacio para respirar. Jamás había probado nada semejante. Su “querer” ya no era tal, sino que por fin se había convertido en realidad. El comienzo de una nueva realidad.

Una vez hubo saciado su apetito, tuvo pensamientos para Álex. ¿De qué forma se habría materializado su sueño? ¿Sería feliz? No, Álex no buscaba la felicidad, buscaba estar en paz. Tras el gargantuesco banquete, el joven decide por fin visitar su nueva residencia. ¿Estaría en Belgravia? ¿O sería South Kensington? ¿Al menos estaría cerca de Victoria? Los sueños pueden obviar detalles específicos. Recorre con incómodo asombro el inmenso comedor, cerciorándose de la pomposidad de cada uno de sus elementos. La curiosidad le lleva entonces a la estancia contigua. ¿Qué forma tendría la nueva estancia? ¿Sería tan ostentosa como el comedor o, por otro lado, tendría un aspecto más minimalista? Y la penumbra le invade al atravesar la puerta.

El cuarto permanece vacío a excepción de un único elemento, un ser sintético yace en el centro de la sala, tumbado, o eso parece adivinar Michal. La luz se distrae, todo pierde nitidez al entrar en esta nueva habitación. Decide hacer la luz al encender el interruptor. Sí, un ser sintético, sin vida, permanece destripado decúbito supino sobre el piso. Le han extirpado cada órgano interno, cada órgano sintético, para servirlo en su festín de bienvenida. Pero no cualquier ente sintético, el cadáver que permanece tendido sobre el suelo le resulta familiar. Álex. Álex soñaba con dejar de sentir, ansiaba estar en paz y lo consiguió de la manera más cruel. Aún se digieren los órganos de Álex en el estómago de Michal. Promesas como horcas.

En algún rincón perdido a las afueras de Londres, se escucha una voz de mujer:

“Traficar con información. Qué tiempos estos en los que los diablos, en el más absoluto anonimato, mendigamos sueños mediante subterfugio para subsistir. Desde luego, la humanidad ha vivido tiempos mejores”.
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